En esta obra, Hutcheson argumenta que nuestras ideas de belleza y virtud no son meramente subjetivas, sino que tienen un origen en las percepciones sensoriales y las experiencias humanas. Propone que tanto la belleza como la virtud son cualidades que se pueden discernir a través de una especie de "sentido moral" que todos los seres humanos poseen.

Hutcheson sostiene que la apreciación de la belleza está ligada a la armonía y el orden, mientras que la virtud se relaciona con el bienestar y la felicidad de la comunidad. Según él, el sentido moral permite a las personas reconocer y valorar estas cualidades en el mundo que les rodea, guiando sus decisiones éticas y estéticas.

Además, el autor explora cómo estas ideas influyen en la conducta humana y en la formación de sociedades justas y armoniosas. La obra también establece un contraste entre las nociones de belleza y virtud en diferentes culturas y cómo estas ideas pueden variar, pero siempre se basan en principios universales que trascienden contextos particulares.